De alguna manera nos somos pocos los que últimamente hemos visto con un cierto grado de sana envidia lo que ocurre en Estados Unidos y las primarias: elegir dentro del mismo partido a aquellos candidatos que luego se enfrentaran por la presidencia. Algo así como si se nos diera la oportunidad de elegir primero si queremos a Fernández de la Vega o José Blanco o que en el PP tuvieran que luchar primero entre Gallardón, Rajoy y Esperanza Aguirre. Si fuera así, les puedo asegurar que nos llevaríamos más de una sorpresa y seguramente los partidos tendrían que afinar más en sus presupuestos políticos, así como los candidatos no podrían poner cara de ganador a priori. Claro que usted me dirá que entonces tendríamos una democracia que se basa más en los individuos particulares y su manipulable imagen que en los contenidos de carácter puramente político. Y, en este sentido, yo le daría la razón, pero también le recuerdo que los asesores también funcionan aquí y muchas veces con grandes meteduras de pata. Y si no mire la coda con la que terminó Rajoy el debate del otro día, contando una lastimera historia de una niña, que es para cesar al asesor que se lo sugirió, no sólo porque es un recurso fácil y viejo, sino porque es una cutrada, una manipulación y una impostura, pero que, sin embargo, está en el catálogo de recursos de los asesores de los candidatos.
Pero la sana envidia que podemos tener por las primarias de Estados Unidos termina exactamente ahí. Pues yo prefiero lo de aquí por otras razones, entre otras cosas porque en los debates como los que vivimos el otro día los candidatos pueden retratarse sin pudor, nos pueden mostrar sus caras si maquillar haciendo cierto el aserto de que la cara es el espejo del alma. Y, así, a mí Zapatero me gusto más no porque me simpatice, o puede que sí (lo que no importa ahora), sino porque Rajoy lo hizo mal, estaba claramente mal asesorado y no mostró esa otra faceta suya de hombre sereno y racional; es verdad que el presidente tensionó el debate hasta donde pudo, incluso manipulando los gráficos que mostraba (que ya puestos, los candidatos se lo podían haber preparado estilo power-point), sino porque el aspirante crispó la realidad hasta el delirio y, claro, como ocurre cuando se discute tan “acaloradamente” se dicen cosas que luego uno se arrepiente de haber dicho. Como ocurrió al citar a los artistas e intelectuales como unos “rojillos” que quieren vivir de la sopa boba.
Y aquí es donde quería llegar, lo que a mí más me gustaba de las primarias de Estados Unidos era el video de compromiso y acercamiento que una serie de artistas e intelectuales habían hecho a favor de Obama, el “yes, we can” (aquí he puesto una versión con los subtítulos en castellano), pero ahora nosotros tenemos también a los nuestros apoyando a Zapatero, con una “defensa de la alegría”, poema de Benedetti que no tiene desperdicio. Y esto sí cabrea a la gente del PP, por muchas razones (en última instancia es publicidad gratis para el PSOE), pero particularmente por dos: la primera porque tienen un efecto simpatía, que acerca a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, a posiciones políticas que si no fuera por gestos así no serían tan obvias. Y, segundo, y esta es la principal, porque pone al PP contra las cuerdas, mostrándolos como un partido que vive de posiciones un tanto pasadas y rancias, donde todo lo que suene a pensamiento les incomoda y, consiguientemente, dejando claro que en su seno vive aún la extrema derecha y que un partido que quiere verse actual, moderno y como fuerza de cambio no puede permitirse.