Con unos peques. Soy el segundo por la izquierda.

viernes, 30 de mayo de 2008

Dinero para la escuela

Ayer jueves me despedí de mis alumnas, que son mayoría, de la licenciatura de humanidades, un momento especialmente duro porque, de alguna manera, yo vivo en la creencia de mi vocación docente y, consecuentemente, ellas, porque siguen siendo mayoría, son una parte importante de mi vida docente. Pero además porque este año ellas han conseguido, de alguna manera que no me explico, involucrarse en mi proyecto universitario, lo que significa que de unas pocas horas a la semana ha nacido un sentimiento de respeto y cariño. Pero para mí es fácil que mi vocación, que comparto con escribir en este periódico todos los meses e ir a un congreso de lo mío de vez en cuando, sea entendida como algo positivo. En última instancia yo vivo en los escalones más altos de cadena trófica que es la educación y soy un privilegiado porque mantengo con mis alumnos una relación casi pura, donde no tengo que encargarme nada más que de darles cuatro, a veces cinco, conocimientos, ponerles unas pruebas y a otra cosa. No tengo que soportar si son así o si hacen o si vienen, mi relación con ellos tendría que ser, o eso dicen los manuales, tan fría como exquisita. Además de eso tengo todo tipo de incentivos por investigar, por escribir, por tener un cargo o simplemente por pertenecer a un grupo de investigación (no me pregunten porque yo tampoco sé muy bien que es esto), me compran todo tipo de maquinitas, tengo calefacción y aire acondicionado, más libros y revistas de los que puedo leer en dos vidas y me alientan para que pierda el verano en algún país exótico haciendo investigación de campo. Puede que esto le parezca una ironía, pero no lo es, mi principal actividad es básicamente pegarme con mis compañeros por quien da menos clases, hacer unas, pocas, horas de tutoría, que aprovecho para tomar café con los compañeros con los que antes me he pegado y hacer que escribo un artículo que cambiará las formas de pensamiento de los próximos 15 años, y que no leerán ni aquellos con los que me tomo el café. En otras palabras, yo soy mi propio jefe. Es verdad que en la universidad hay gente que curra a tope por sueldos de porquería y un gran número de funcionarios que están pendientes de mi ego. Pero obviamente yo vivo como vivo (es decir, muy bien) porque hay otros que viven como viven (es decir, muy mal). Todo esto viene a cuento de que otros profesores de esta cadena no tienen mi suerte, se pusieron en huelga el miércoles porque ellos se comen el marrón permanente de ser policías, disciplinadores y psicólogos de familia más que educadores. Por sueldos que son francamente malos, sin mis condiciones de trabajo y, lo que es peor, sin un reconocimiento de una labor muy sufrida: dedicarse en cuerpo y alma a nuestros niños y jóvenes. En última instancia ellos no pueden ser comprendidos más que como uno de los puntales básicos de nuestra sociedad, el lugar donde descansa no sólo el futuro sino, ante todo, el presente de una sociedad democrática, plural y sincera. Lo menos que se puede hacer es reconocérselo y eso, aquí y ahora, se llama condiciones de trabajo dignas y un sueldo a la altura de su labor.

(Publicado en Diario Jaén el 23 de Mayo de 2008).